La vida del postureo (I)

¡Hola mis bellezas!

Hoy no os traigo una reseña, sino algo de mi propia cosecha. He encontrado una historia/mini relato/ no sé, que escribí hace tiempo y hoy me apetece compartirlo con vosotrxs. Es mi manera de darle culto a esta maravillosa vida de postureo que nos envuelve hoy en día.

No espero mucho, solo que os echéis alguna risa en este domingo, y que por supuesto, me contéis qué os ha parecido. Puedo escribir más, hay postureo para rato y por lo que se ve esto solo va en aumento!

Aquí os lo dejo, portaos bien ^^

Cuando pisó esa mierda de perro empezó la retahíla cívica en su cabeza: “la gente debe recoger esto, es injusto que las calles estén sucias”, pero lo que le molestaba de verdad era haberse manchado sus Manolo’s de rebajas (eso nadie nunca lo sabría). En su nuevo intento de vida hipsteriana pasó por delante de una nueva tienda ecológica, de esas que te preguntas: “¿cómo pueden subsistir a base de vender batidos?” y decidida a contribuir, se compró uno. Un rico batido verde, de espinacas, apio, pera y manzana. Perfecto para su foto instagramer, con sus zapatos de fondo (solo uno, que el otro estaba manchado). Filtro con retoques de luz, muchos hashtags (#healthylife #lovegreenfood) y a conseguir likes. Cuando dio el primer sorbo sintió la primera arcada. Fue un regalo de Dios que hubiera una basura cerca, y sin dudarlo entró en un supermercado y compró un batido de chocolate fresquito: al fin y al cabo, los batidos también son cool. 

Quiso parar a comprar una de esas revistas de moda llenas de fotos de grandes firmas, pero lo dejó para más tarde y fue a por el pan. Sí, había salido de casa para comprar el pan y lo más triste era que se había puesto unos taconazos y una falda midi ajustada que, en su opinión, era imposible de llevar después de desayunar churros. Y todo por si se encontraba con él. Con su baguette de centeno bajo el brazo (puras apariencias de vida sana) dio media vuelta hacia casa cuando algo le goteó por la nariz. Efectivamente una paloma le había cagado encima, desde el flequillo hasta la nariz, pasando por su frente. Corrió como pudo hasta casa casi sin respirar, y recordó la conversación que había tenido con su madre minutos antes:

- Llevas la camiseta del pijama del revés, ¿es que te van a regalar algo?

- Sí – pensó – una mierda me van a regalar.

Y además fue de verdad.